Fast fashion: veneno en el placard por MARÍA EUGENIA MAURELLO

Crece la crítica a la industria de la indumentaria, que incentiva un consumismo irracional. Esto se suma a la histórica denuncia laboral. Si somos lo que vestimos, estamos perdidos: gran parte de la ropa masificada está hecha con polímeros derivados del petróleo.

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No se trató de un regalo bendito. Por el contrario, la imagen se volvió amenazante. La ropa que cayó del cielo a pilones frente a las marquesinas publicitarias de cadenas de indumentaria en Times Square, Manhattan, fue el modo performático en que Vestiaire Collective –-la tienda de segunda mano– eligió para denunciar el daño irreversible que genera la contaminación provocada por la industria de la moda.Lo hizo en el contexto del Black Friday –mediante una imagen generada con IA, la protesta presencial nunca existió si bien se viralizó como tal–, para contar que una vez más excluían a marcas de fast fashion como Zara y Gap de su plataforma de venta, y al concientizar que se descartan 92 millones de textiles por año, cantidad suficiente para llenar el edificio Empire State.
“Pensá primero, comprá después” fue el lema que usó la empresa francesa para replicar la imagen incrustada en la Torre Eiffel, el Palacio de Buckingham y el Coliseo romano, entre otros lugares. Algo similar pasó con la firma española Ecoalf, al montar un enorme carro de supermercado en Madrid abarrotado con prendas que caían desde el cielo. El registro fue viralizado en un video en TikTok, donde además la marca explicó que una persona consume alrededor de media tonelada de vestimenta en su vida, mientras gran parte de ésta termina en basureros o incinerada.
Esas acciones, que, vía Inteligencia Artificial, coparon virtualmente sitios turísticos emblemáticos, se suman a las anteriores expresiones con carteles de denuncia en medio de la pasarela o las etiquetas donde los trabajadores aprovecharon para filtrar mensajes de auxilio. También pueden considerarse en clave de esculturas blandas, en tanto gesto hiperbólico como en la obra “Venus de los trapos”, del artista italiano Michelangelo Pistoletto, vista en el Museo de Bellas Artes, en el marco de Bienalsur 2019, obra asociada a “Tercer Paraíso”, que montó en Santiago de Chile en 2018, respuesta a la desmesura de la escena fashion.

Estas performances se vuelven imprescindibles para alertar sobre la urgencia de un cambio de paradigma en la cultura del vestir, dado el colapso que infiere al planeta. Ésto también atañe a la sobreproducción y compra de indumentaria; afecta a la población en general –consuma más o menos ropa- y, a diferencia del publicitado Black Friday de ofertas, es cosa cotidiana.
Un basural en Atacama
Fast fashion es la denominación que se le da a la serie de atuendos, calzado y accesorios producidos de manera cada vez más acelerada; caracterizados por los bajos costos y por diversificar velozmente las tendencias, induciendo su reemplazo. Y si el propósito habitual del sistema de la moda es cambiar en cada temporada, esta corriente se vuelve más vertiginosa. Ya no solamente se circunscribe a las duplas de estaciones –otoño-invierno y primavera-verano–, sino que se produce a destajo para motivar el consumo frenético.
La moda rápida se cristaliza, además, en montones de ropa –tal cual se muestra en los videos viralizados– que es comprada, usada poco tiempo y descartada. Incluso, así como sucede con los productos plásticos (por ejemplo, un vaso o un sorbete), ya existe la denominación de prendas “de un solo uso”. Alcanza con ver la imagen que el fotógrafo Martin Bernetti registró del basural a cielo abierto que cambió para siempre la geografía del desierto de Atacama en Chile. Esa foto, que en 2021 proliferó en las pantallas del mundo entero, volvió a despertar la alerta; de dónde vienen esas toneladas y qué se hace con los residuos textiles.
Entre las empresas identificadas como promotoras de esta modalidad, de manera más o menos explícita, están las mencionadas Zara y sus múltiples marcas derivadas, y Gap, a las que se suman entre otras, H&M y Primark. En esta última cadena, casi toda la indumentaria ofrecida está hecha de “poliéster reciclado”, una coartada ambientalista que apenas enmascara el enorme aumento en el margen de ganancia.

Ahora bien, a esta altura queda obsoleto decir solamente fast fashion si se observa la operatoria industrial de la cadena china Shein. Este gigante, entre las asiáticas, ya se ganó el mote de ultra- fast fashion, cuyo modus operandi consiste en una continua ostentación de mercadería de aspecto glamoroso a través de micro y macro influencers.
De hecho, según un informe publicado por la sede alemana de Greenpeace, a partir del análisis de 47 productos adquiridos en Shein, se detectó que al menos siete estaban fabricados total o parcialmente con materiales sintéticos basados en combustibles fósiles (poliester, entre ellos), además de superar los límites reglamentarios establecidos por la Unión Europea (UE) para sustancias químicas peligrosas. Situación que se amplifica si se considera que tampoco hay una supervisión en la cadena de suministro, por lo tanto, los empleados también están expuesto a esos riesgos. Esto último reconfirma que, en el reverso de las prendas originadas por la moda rápida, está la labor de personas mal pagadas, en condiciones de trabajo indignas.
Esto ya se venía evidenciando desde hace tiempo y tomó aún mayor relevancia cuando fue el derrumbe de Rana Plaza en 2013. El colapso del edificio donde funcionaba una fábrica textil en Dhaka, la capital de Bangladesh, dejó como saldo más de 1100 muertos. Fashion Revolution Week fue una de las primeras reacciones surgidas ante la tragedia.
Fundada por la británica Carry Somers y la italiana Orsola de Castro, esta Ong al principio procuró postular el 23 de abril como el día que conmemoró el desastre; con el tiempo pasó a ser el movimiento de activismo de moda más grande del mundo.

Reparar sin demora
¿Qué proponen? Terminar con la explotación humana y ambiental y que haya transparencia en toda la cadena de valor del producto, entre otras cuestiones fundamentales. Eso, sumado a la insistencia en la necesidad de inspirar a las personas a consumir menos, valorar la calidad y cuidar mejor su ropa.
Es que, así como los ciudadanos están cada vez más preocupados por cómo se alimentan e indagan de dónde vienen los productos, cómo fueron cosechados, producidos, etc, algo similar está pasando con los consumidores de indumentaria: comienzan a preguntarse con más frecuencia; cómo, con qué, por quiénes y en qué condiciones fueron hechas las prendas que llevan en contacto con la piel.
Esa demanda de la sociedad civil es fundamental en la tríada que conforma con gobiernos y fabricantes de vestimenta, sectores que aún de manera muy incipiente comenzaron a problematizar y actuar a consecuencia del cambio climático.
En cuanto a políticas públicas, se destaca el Plan de Acción para la Economía Circular en el marco del Pacto Verde, presentado en 2020 por la UE. ¿El propósito? Lograr que los productos textiles sean más duraderos, reparables, reutilizables y reciclables de cara al 2030. A su vez, se busca que los fabricantes asuman la responsabilidad ampliada del productor, esto quiere decir que se hagan cargo del destino, desde la mesa de diseño hasta que se deja de usar la prenda. Además, entre otros temas, se insta a acelerar el desarrollo del sector involucrado en la recolección, clasificación, reutilización y reciclado, y a comenzar a separar los textiles en los hogares a más tardar el 1° de enero de 2025. Por caso, China, uno de los principales productores de tela del mundo, también fomenta el desarrollo circular y con bajas emisiones de carbono. La promesa es llegar a reciclar una cuarta parte de sus residuos y a emplearlos para producir dos millones de toneladas métricas de fibra regenerada al año hacia el 2025 y un 30 por ciento hacia el 2030.

En Argentina, si bien no hay una gestión federal coordinada que trabaje sobre el tema, sí se advierten experiencias aisladas en distintos distritos; por ejemplo, en La Plata, provincia de Buenos Aires, se presentó un proyecto ante el Concejo Deliberante para crear un registro donde participen aquellos que generan desechos y al mismo tiempo, los recuperadores que estén interesados en reutilizarlos. A su vez, en la ciudad de Córdoba se lanzó un Centro Verde de Telas, operado por miembros de cooperativas de la zona. También una marca de vestimenta para darle visibilidad y trazabilidad a los desperdicios que llegan.
Y si bien no se puede negar que existe el greenwashing –cuando el propósito verde es solo una acción de marketing y no se hace algo concreto o realmente sostenible–, son cada vez más las firmas que asimilaron el imperativo de la transición de una economía lineal a una economía circular. Refiere a aquellas empresas o emprendimientos que apuntan al reciclaje industrial, la reparación o el upcycling. Este último consiste en reconfigurar una prenda en una nueva pieza con un sentido diferente. Juliana García Bello es una de ellas. La diseñadora, oriunda de Tierra del Fuego, desarrolló una línea de ropa hecha íntegramente con cortinas, manteles y otros textiles hogareños en desuso. Por esa colección, fue galardonada con el Redress Design Award 2020 en Hong Kong.

Otros que también trabajan en esa línea son Mechi Martínez y Mariano Breccia, los argentinos que fundaron la marca Docena en Valparaíso, Chile. Desde el 2004 hicieron que el suprareciclaje sea el sello que los define, con ponchos y kimonos diseñados a partir de, por ejemplo, camisetas deportivas, entre otras tipologías a las que les dan un nuevo significado. A eso se agrega que sus creaciones son de código abierto, con la idea de democratizar la moda.
Respecto al reciclaje industrial y la reparación del daño al ambiente, la norteamericana Patagonia es una de las empresas que anticipó esta modalidad. Después de más una década investigando materiales, la firma especializada en indumentaria outdoor del estadounidense Yvon Chouinard, ya logró desarrollar –en alianza con Bureo– camperas que en su totalidad están resueltas con Netplus, un nylon regenerado a partir de redes de pesca desechadas. Lo mismo con las jornadas de reparación que suelen hacer en espacios públicos o en los locales de la empresa, donde ponen parches, pitucones y remiendos a artículos averiados, sean o no de su marca.
Por parte de los usuarios, es cada vez más frecuente el reuso en tiendas vintage, donde se comercializa vestimenta que, como requisito, debería tener al menos tres décadas de antigüedad. Algunas se salen de ese parámetro y son prendas de las últimas temporadas. Igual los sitios que compran y revenden atuendos usados para fomentar la circularidad. Galpón de Ropa es uno de los más concurridos de Buenos Aires.
Aunque hay que decir que la circulación también está siendo cuestionada por activistas y expertos. El planteo es que se podría volver engañosa con artículos que den la vuelta ad infinitum y, en definitiva, en el reverso, no hacen otra cosa que seguir motivando el consumo.
Navajos de Ralph Lauren
Lo cierto es que otra de las tendencias favorables, quizás la que promete un futuro más auspicioso para la moda, es el retorno al uso de las prendas artesanales. Desarrolladas con elementos nobles y mediante técnicas ancestrales transmitidas de generación en generación, privilegian, además los ámbitos de proxemia, evitando así trasladarse largas distancias. A eso se añade que garantizan productos que trascienden el leitmotiv fashionista; no quedan atados a una tendencia y se siguen llevando a través del tiempo.

A su vez, también puede ser vista como una reivindicación, en tanto una alternativa a la moda foránea que incluso en algunos casos incurre sistemáticamente en lo que hoy se denuncia como apropiación cultural. Este concepto es relativamente reciente, refiere a la adopción, uso o cita de elementos culturales por parte de miembros de otra cultura sin el debido crédito de su origen –durante siglos fue entendido sin más como inspiración de uso libre–. En ese sentido, en 2022, Beatriz Gutiérrez Müller, la esposa del presidente mexicano Manuel López Obrador, denunció a la norteamericana Ralph Lauren por copiar sin autorización textiles típicos de esa tierra. El episodio de plagio hizo que representantes de la firma se disculparan personalmente con los artesanos de Tlaxcala, la zona originaria de esos diseños. Algo más; recientemente la misma marca presentó una colección con la artista Naiomi Glasses de la tribu Navajo, original de Nuevo México, Estados Unidos. De esta manera, la empresa encontró el modo de revertir la escena y de la anterior inspiración non sancta pasó a jactarse de una colaboración con la autora.


Recuadro
Stella y su fibra tragaplástico
Stella McCartney lo hizo otra vez. Pionera por una indumentaria más amable con la naturaleza, la diseñadora británica presentó un mercado sostenible a tono con esta era. Lo hizo en el marco de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, conocida como COP 28, celebrada en Dubai, Emiratos Árabes Unidos.
Planteó abogar por cambios políticos y regulatorios para incentivar los negocios sostenibles y la descarbonización de la industria; continuar con la misión basada en la protección y bienestar humano y animal; y construir una coalición de líderes gubernamentales y empresariales globales que puedan apoyar y escalar la inversión en una amplia gama de innovaciones en materiales y procesos. Sobre esto último, en un espacio creado a partir de tecnología 3D.

McCartney exhibió: poliéster reciclado; algodón a base de algas marinas; plástico desarrollado a partir de mango; cuero obtenido del descarte de la uva; textil originado mediante cáñamo y lino; y lana extraída a través de prácticas agrícolas regenerativas que, entre otras cosas, aumentan la biodiversidad y mejoran las cuencas hidrográficas. La estrella del diseño en Dubai fue una parka hecha con enzimas que, al cabo de su uso, consumen sus componentes plásticos.

Respetarás a los muertos de Gaza
Además de ser condenadas por fomentar la moda rápida, empresas como Zara están siendo rechazadas por sus comunicaciones. En ese sentido se impulsó el hashtag #boycottZara como respuesta a una de sus últimas campañas publicitarias. Para presentar la colección Atelier, la mannequin Kristen McMenamy apareció en medio de escombros sosteniendo un maniquí cubierto con un envoltorio blanco. Esto provocó el enojo del público tanto en Occidente como en Oriente, al asociar esa representación con el modo en el que son realizados los funerales musulmanes, más aún en el contexto del conflicto bélico entre Palestina e Israel.

Tras el escándalo, además de haber sido retiradas las imágenes de la página web, la empresa emitió un comunicado explicando que la campaña había sido producida en julio y las imágenes en septiembre, con anterioridad a los combates en la Franja de Gaza. Aunque esta no es la primera vez que el gigante del grupo Inditex es discutido por los contenidos que promueve. Ya pasó en 2017 cuando mostró a dos modelos hiper delgadas con una pancarta que decía “Love your curves”, cuando curvas era lo único que no había a la vista. Algo parecido sucedió dos años después, al promocionar su línea de belleza y ponderar a una mujer asiática con pecas en la cara. Ese estándar de belleza blanca molestó a las mujeres orientales.https://www.clarin.com/revista-n/fast-fashion-veneno-placard_0_McycnRekB9.html

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